Combatir nuestros demonios de duda y auto-engaño.

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Una historia de Alan Watts y reflexiones terapeúticas

Todos poseemos tres o cuatro asuntos difíciles que nos condicionan y esclavizan en la vida: ¿Piensas demasiado?, ¿Te sientes demasiado tenso?, ¿Sólo tienes recuerdos tristes? Cuando detectas tus pequeños demonios interiores, puedes investigar a qué trauma o hecho biográfico te remiten, para aprender a gestionarlos sin hacerte daño.

Una historia de Allan Watts nos permite reconocer como lo fácil se convierte en extremadamente complejo, y como los humanos nos construimos problemas:

Érase una vez un pez que vivía en el gran océano, y puesto que el agua era transparente y se apartaba siempre convenientemente de su nariz cuando él se desplazaba, ignoraba el hecho de que habitaba en el océano.

Un buen día, el pez hizo una cosa muy peligrosa, a saber, comenzó a pensar: “Sin duda, soy una entidad notable, pues puedo desplazarme por el espacio vacío”.

El pez acabó por confundirse con tanto pensar sobre el moverse y el nadar, y de pronto cayó en un ansioso paroxismo: había olvidado el arte de nadar.

En aquel momento, miró hacia abajo y contempló el abismo oceánico, reparando en la terrorífica posibilidad de precipitarse.

Luego reflexionó: “Si pudiera morderme la cola, lograría mantenerme”.

Así fue como el pez se mordió la cola, doblando la espina dorsal. Lamentablemente, esta no era demasiado flexible, por lo que no pudo mantenerse en esa posición.

Mientras el pez pugnaba por cogerse la cola, el negro abismo se tornaba más y más horrible, hasta que el pobre animal cayó en una profunda crisis nerviosa.

El pez de nuestra historia estaba a punto de abandonar cuando el océano, que le había estado observando con una mezcla de piedad y diversión, le dijo:

– ¿Qué estás haciendo?

– Oh –respondió el pez- tengo miedo de caer en el profundo y negro abismo y procuro morderme la cola para sostenerme.

– Bien -replicó el océano- pues ya llevas un buen rato intentándolo, y sin embargo, no has caído. ¿Cómo es eso?

– Oh, ¡es verdad!, todavía no he caído- repuso el pez-, porque estoy nadando.

– Oye -replicó el océano-. Yo soy el Gran Océano, donde vives y te mueves y puedes ser un pez, y he puesto todo de mi parte para que nadaras, y te sostengo mientras lo haces. Pero tú, en lugar de explorar la profundidad, la altura y las vastedades de mi seno, malgastas tu tiempo persiguiéndote la cola.

Desde entonces, el pez dejó la cola en su lugar (es decir, atrás), y se dedicó a explorar el océano.

 

Combatir desde la conciencia

Los adultos debemos estar muy atentos para no caer en la tentación de pensar demasiado o de ser devorados por el demonio de la duda y el autoengaño.

Estas luchas piden de mucha atención y de una firmeza interior, igual que Ulises se ata a un mástil para no caer en la tentación de las sirenas.

No nos despistemos.

Y recordemos percibir la amistosidad del universo, no su hostilidad.

Otros pequeños demonios son aquellos que nos llevan a pensar que una sesión de terapia es suficiente para sanarse, o que un curso de milagros de un fin de semana me sanara mis heridas primarias. Sanarse es un proceso que incluye muchos actos de sanación.

Estos demonios neuróticos aprovechan cualquier fisura para hechizarte, engañarte y volver al nivel de conciencia de siempre.

Todos poseemos 3 o 4 demonios que condiciona nuestro vivir, hay que combatir desde la conciencia para no ser esclavizados por ellos. Por eso un buen terapeuta, un buen mago, es quien te recuerda cuál es tu misión, cuando pierdes tu sendero cuáles son tus demonios, y cuándo tu misión se ha cumplido. La misión es vivir tu vida de forma plena y explorar los océanos, interiores y exteriores.

¿Qué tres temas te han acompañado siempre?

¿Cuáles son los 3 demonios que contaminan tu vida?

  • “siempre estoy enfadado, estoy tenso en cualquier situación, me da pánico ser abandonado” >>>>> El demonio de la ira, de la tensión y del abandono.
  • “me recuerdo triste como mi madre, me exijo hacer cosas continuamente, huyo de lo que me cuesta demasiado” >>>>> El demonio de la tristeza, la autoexigencia y de la evitación.

El detectarlos me permite investigar a que trauma o hecho biográfico me remiten, y aprender a gestionarlos sin hacerme daño.

No existe héroe sin obstáculos, ni camino interior sin lucha con los propios demonios.

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