Su función era responder a las experiencias de los humanos para que el templo del corazón se mantuviera lo más sano y pleno posible.
El guardián Tristeza permitía soltar lo que nos duele, gestionar la pérdida y darnos cuenta de lo que valoramos.
El guardián Miedo estaba atento a proteger al corazón de dar o recibir un daño, aportaba prudencia y una alerta relajada, no tensada.
El guardián Enfado aportaba fuerza, defensa y valor.
El guardián Alegría aportaba expansión, curiosidad, erotismo y ternura como manifestaciones de vitalidad.
Los cuatro aceptaban lo que la vida les traía, fuese lluvia, tormentas, sol, viento, calor o frio. Fuesen vivencias agradables, desagradables o neutras. Colaboraban con las experiencias que se acercaban al corazón, para que este no se ensuciase y pudiese funcionar a pleno rendimiento.
Alguno de estos guardianes eran venerados en exceso por las gentes del pueblo, en cambio otros recibían insultos e incluso ataques para ser destruidos.
Los guerreros eran indestructibles y útiles solo si eran escuchados.
Ellos solo querían que se les dejase en paz para poder hacer su sagrado trabajo.
Todos se preguntaban quien vivía en el templo.
En el espacio del corazón viven todos los niños, los adolescentes, los adultos y los viejos de nuestra ancestral humanidad.
Los dioses nos enviaron emociones para cuidar de nuestro vulnerable corazón, y no permitir que el resto del cuerpo somatizase dolores o angustias. Nos enviaron a estos guerreros para ayudarnos a digerir lo fácil y lo difícil de la vida. Estos guardianes de nuestro bienestar solo piden ser escuchados, y que confiemos en la valiosa información que pueden darnos.
Cuidar, escuchar y atender nuestras emociones es cuidar nuestro corazón.